La ciudad de Córdoba representa para muchos una clara posibilidad de crecer y progresar dentro de la sociedad, miles de jóvenes arriban año tras año desde otras provincias y desde el interior cordobés buscando formarse en su universidad. Para otros, es un bellísimo destino turístico que invita a volver siempre, con eventos culturales y preciosas tardes otoñales. Para otros puede llegar a ser un infierno.
En Córdoba y según datos del INDEC, de cada 1340 niños carenciados, el 55,5% (más de la mitad) vive por debajo del índice de pobreza. De ese número, el 27% se considera indigente.
Lejos de las hojas doradas cayendo sobre La Cañada, de los edificios antiguos combinándose con las construcciones modernos y de la belleza de sus paisajes urbanos, miles de niños que no superan los 15 años de edad deambulan por las calles, a veces días enteros, sin volver a sus domicilios, en los casos de que los tengan, en busca de un trozo de pan duro o alguna monedita que les permita comer.
El 70% de estos chicos son varones, la mayoría explica su permanencia en la calle por falta de recursos económicos y un 35% de los encuestados vive esta situación desde hace más tres años. Al caminar por las convulsionadas calles de «la Docta» es fácil reconocerlos, tienen en sus rostros y en sus cuerpos todo el peso de la cruel hambruna.
En la zona centro, hay madres y jóvenes que, algunas veces, obtienen «mendigando» ingresos que superan los montos de los planes sociales, lamentable pero real. Y pese a los esfuerzos de la Municipalidad de Córdoba, el porcentaje de niños indigentes y carenciados no se logra reducir.
Otra de las problemáticas es la vivienda y dónde se alojan por las noches los chicos que no tienen siquiera un techo de chapa donde resguardarse.
«La situación habitacional es una cuestión que complejiza la problemática, porque no tienen vivienda o viven con alguien de prestado y plantean que se quieren independizar y no tienen dónde, o tienen pero son construcciones muy deterioradas», explica un especialista.
Según informes casi el 49% posee vivienda, un 40% vive de prestado, y un 11% directamente no la posee.
La sociedad en sí, asume una imagen negativa y agresiva de los «niños de la calle», que se traduce a instituciones como la policía y los medios de comunicación.
Cuando el pensamiento se vuelve acción, se producen conductas tendientes a reprimirlos y expulsarlos de las calles, promoviendo de esta forma opciones de supervivencia marginales y violentas.
Los «chicos de la calle» se transforman así en amenazas para la comunidad que los juzga, la misma que los empujó a tener que «mendigar para comer». El paso siguiente será, una represalia por «molestar» a nuestra conciencia, por ser jueces desde la mirada triste.
La respuesta de aquellos niños a la violencia, será mañana el resentimiento y sin dudas, será más violenta que la primera. Será revancha y odio.¿Sirve acaso formar un futuro en base al odio y el rencor?«Lo peor de todo es cuando tenés hambre, porque te duele el estómago mucho y después empezás a desesperarte por comer algo. Lo que sea. El cuerpo además se te va poniendo cada vez más flaquito, te quedas todo chiquito»; comenta Marcos, uno de los chicos que piden moneditas frente a la Plaza España.«No se gana mucho, pero por ahí si insistís mucho, juntás como para comer algo»; agregó.
Los «carasucias», los niños, demandan auxilio, la sociedad deberá, por tanto, replantearse que mundo quiere. Una gran porción de las nuevas generaciones se está muriendo de «tristeza y ansiedad» como cuenta el pequeño Marcos.
¿Esa es la Argentina y el mundo que queremos tener?
Los interrogantes están planteados, resta que la comunidad como conjunto tome conciencia de la realidad, que cada vez se vuelve más cruenta.
20 noviembre, 2008
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