Luces de colores, ropas que simulan estar colgadas en una soga, algo de circo, otro poco de feria de pueblo y grandes dosis de energía, así son las fiestas «Bubamara». Esos espacios «paganos» que resultan escenarios perfectos para soltar la alegría, para bailar y dejarse transportar a tierras balcánicas, siempre de la mano de aquellos sonidos propios de la cultura gitana.
Las «Bubamara» tienen el encanto suficiente para hacernos liberar las caderas, revolear los pelos y hacernos parte de una suerte de ritual, que esparce -mágicamente- por el aire múltiples sensaciones.
Nadie sabe bien cómo hacerle frente a la música que suena a todo volumen, algunos saltan, otros bailan rock, todos se mueven, eso sí. También estamos nosotros, que -al principio- miramos, pero, de a poco, vamos dejarnos llevar como todos.
La verdad es que debo confesar que mi visita al mundo de las «Bubamara» fue más bien obra de las casualidades, más que a una tarea investigativa. En un principio su nombre no me había inspirado mucho entusiasmo; todavía eran épocas en que yo no sabía que las fiestas eran recomendables encuentros culturales, y, menos aún, que «Bubamara» era un «pajarito» de las tierras serbias.
Sin embargo, ahí estaba yo. Perdido en un extravagante y colorido encuentro en Art Decó, donde desfilaban personajes de los más variados, donde todos, tanto jóvenes como aquellos que ya peinaban canas, se reunían en un interminable «baile del trencito».
Me acerqué a la barra, pedí algo para beber, y me dispuse a disfrutar de lo distinto. A formar parte de la diversión, a escuchar el mini-recital de Onda Vaga (una banda que encajaba a la perfección con el espíritu de la fiesta, y también con mi gusto musical); mientras esperaba para hablar con Mario Rossi, uno de los organizadores de estas celebraciones, que se iniciaron hace seis años.
«Hay cosas que se repiten siempre en las fiestas, uno de esos rituales es eso que estás viendo: el trencito. También están los puentes, las danzas circulares y sobre el final, hasta se suele bailar una especie de tarantela. Porque es como un casamiento gigante, donde nadie se conoce con nadie, pero todos bailan con todos»; me cuenta Rossi.
Rossi junto a un grupo de amigos se había «hartado», como el mismo dice, de salir «siempre a los mismos lugares, a hacer las mismas cosas». Entonces, simplemente, decidió crear «la fiesta que siempre buscábamos, pero nunca encontrábamos». Y así fue.
De aquellos comienzos -donde un círculo íntimo bailaba hasta el hartazgo- se llegó a la actualidad, con las «Bubamara» girando por Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza, La Plata; y con (cada vez menos) esporádicas visitas a Montevideo (Uruguay) y Santiago (Chile).
Para cuando volví a depositar mis ojos sobre la pista de baile, todos estaban en una comunión de proporciones importantes. La música de Emir Kusturica, Goran Bregovic, los sonidos más modernos a cargo del deejay Shantel y Gogol Bordello se repetían, y la fiesta estaba en su punto más caliente.
Recibí gustoso un vaso con gelatina y vodka (rebautizado como el trago Unza-Unza), cortesía de la organización, y miré -desde una suerte de balcón- a mis amigos. Así comenzaría mi historia con las fiestas balcánicas, cuando bajé esas escaleras y me metí en el corazón de la Bubamara.
La gran fiesta gitana en medio de la ciudad de Córdoba, que promete dar un par de vueltas más, tal y como si se tratase de una rueda de parque de diversiones; algo que tampoco le es tan ajeno.
09 diciembre, 2008
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1 comentario:
excelente!!! otro fanático de las fiestas balcanicas!!! Muy buen "review".
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